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Mi nombre es Cristian, tengo 22 años y tengo una historia bastante rara. Ahí va.
Cuando era chico, 13,14 años, tenía muchísimos dolores de espalda, siempre que caminaba me dolía algo, cuando corría, hasta cuando no hacía nada. Un día con mi mamá fuimos a un médico para que me revise la espalda, me hicieron muchísimos estudios y no salió nada. Él decía que yo estaba bien y que todo era psicológico.
Un día yendo para el colegio, no sé por qué, pero me empezó a doler cada vez más y más. Cuando llego al colegio le aviso a mis profesores de este tema, y dijeron que ya se iba a pasar, sin darle un mínimo grado de importancia. Fui hasta el baño para calmar un poco el dolor, y ahí había un chico, creo que era de 4to año. Le pregunté si veía algo raro en mi espalda, me levanté la remera y preocupado me dijo –“Tenes manos marcadas en la espalda, que te pasó?”, yo, sin saber que pasaba, en un total estado de shock, me bajé la remera y seguí hasta mi casa.
Pasaron años de esto, yo ya había cumplido 20 años. El tema ya había quedado en el olvido, hasta el 22 de octubre del 1998. Aquél día, festejando el cumple años de mi hermana, Camila, volvió este dolor tan insoportable. Le volví a comentar del tema a mi mamá, ella preocupada me llevó de nuevo al médico, y como aquella vez, nos dijeron que no pasaba nada. A la semana de esto, el dolor se agravó, y le pregunté a mi papá si sabía algo de esto. Le mostré la espalda y vio esas manos marcadas que aquél chico vio también. Fuimos inmediatamente a la iglesia a preguntarle al cura que era lo que pasaba, y él tampoco sabía. Provo con muchas cosas, hasta que me tiro pocas gotas de agua bendita y me empezó a arder la espalda, era insoportable el dolor. Nadie sabía que pasaba.
Horas después, llegué a mi casa, subí a mi cuarto, ya me sentía mejor y no me dolía la espalda. Al día siguiente iba a salir con mis amigos al cine, pero ahí fue cuando pasó lo peor de mi vida. Me acerqué al espejo para ver cómo me quedaba la ropa y al levantar la cabeza para ver, tenía un cuerpo colgado en la espalda. Del terror que tuve, no supe más que hacer que tirarme por la ventana. Pero no morí, ni me lastimé, parecía que el cuerpo estaba ahí para hacerme sufrir para siempre. No hay remedio, viviré con esto el resto de mi vida. 

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